Juguemos a querernos, sin querernos,
hasta el día en que alguno de los dos
vuelva a sentir amor por cualquier otro.
El amor es hermoso aun como juego.
Fragmento de “Broadway”, José María Fonollosa
Como un vodka a “pelo seco”, así resultan los versos del poeta más ignorado del mundo desgarrador de las palabras; quizá por lo crudo de éstas, lo real de su sentimiento, su poca visita en Lugares comunes, tan frecuentes en las palabras de amor, o tal vez porque José María Fonollosa sabía que para pasarlo bien en una cama se debía escoger a una chica más bien fea, una quien participara con mayor entusiasmo en el amor… el amor único, que uno halla varias veces por el tiempo.
José María Fonollosa nació el 8 de agosto de 1922 en Can Tunis, Barcelona, y después de 23 años de su muerte, su obra sigue ahí, parada en medio de la nada; sigue ahí, inmóvil, esperando a ser despertada. A sus poemas jamás se les podrá dedicar, a menos que odies a quien te abandonó, a menos que seas tan sincero como para decirle que es “perfecta sin hablar”, a menos que seas consciente de los ilusiones y fracasos del hombre contemporáneo. Las palabras de José María resultan la sombra de la luz, casi igual que el título de su primer libro: La sombra de tu luz, publicado en 1948. Dos años después aparecieron los cinco poemas de Umbral del silencio, y en 1951, en colaboración con Alfredo Papo, el poeta publicó Blues y cantos espirituales negros.
A partir de esta fecha pareció que su obra se detuvo. Sin embargo Fonollosa no dejó nunca de escribir, sólo de publicar. Los pies sobre la tierra, que nunca llegó a imprimirse, pero representa el inicio de Ciudad del hombre: un vasto ciclo poético que abarcaría cuatro décadas y fueron otros de sus títulos. Trabajó, paralelamente, en otra trilogía poética: Soledad del hombre, formada por “Destrucción de la mañana”, “Los rezagados” (algunos de cuyos poemas se reelaborarían para Ciudad del hombre) y “Tú, cotidiana”.
En 1951 se fue a Cuba, donde permaneció durante diez años. Tras su regreso a Barcelona en 1961 colaboró en la revista Poesía Española. En 1990 Pere Gimferrer lo rescató del olvido al editar: Ciudad del hombre: Nueva York, poemas que Joan Manuel Serrat (1992) y Albert Pla (1995), respectivamente, musicalizaron.
Fonollosa murió el 7 de octubre de 1991 en Barcelona. Sobre su mesa, junto a varios borradores y un esbozo de testamento a lápiz, se encontró el siguiente poema:
No a la transmigración en otra especie.
No a la post vida, ni en cielo ni en infierno.
No a que me absorba cualquier divinidad.
No a un más allá, ni aun siendo el paraíso
reservado a islamitas, con beldades
que un libro garantiza siempre vírgenes.
Porque esos son los juegos para ingenuos
en que mi agnosticismo nunca apuesta.
Mi envite es al no ser. A lo seguro.
Rechaza otro existir, tras consumida
mi ración de este guiso indigerible.
Otra vez, no. Una vez ya es demasiado.
El secretismo de Fonollosa hizo que algunos creyeran que no existía realmente y que era un pseudónimo de un poeta famoso. Desde 1990 se reconoció a una voz libre y cercana, a un poeta que decía lo que pensaba y que ofrece en sus versos un retrato acerado y profundamente valioso de las fobias, ilusiones y fracasos del hombre contemporáneo.
East 52nd Street
Para hablar no te quiero. Tengo amigos
para tratar de cosas que me inquietan
y ahondar en las ideas que me importan.
Y no nos condiciona nunca el sexo.
Nos lo pasamos bien. Y «Adiós». Y «Hasta otra».
Contigo es diferente. Lo que cuentas
no me interesa nada en absoluto.
Y he de escuchar, no obstante, atentamente
y ocultar mi fastidio a tus palabras.
Porque sino te niegas a mi amor.
Y cuando a mí se ciñe tu figura
grácil y delicada voy perdido.
Pues al sentir tu cuerpo a mí abrazado
nada tiene interés que tú no seas.
Y yo ya no soy mío, sino tuyo.
Y así debo evitar en nuestra charla
lo trascendente; reír tus tontas gracias,
acusarme de estar equivocado…
Entonces sí que accedes a mi amor.
De no mediar el sexo y ser tan bella
te hallara aborrecible y despreciable.
O serías perfecta si no hablaras.