No ha existido escritor mexicano menos querido —por algunos— ni más admirado —por otros tantos—que Carlos Monsiváis, quien apostaba en sus ratos libres a la crítica y lo irónico. A veces mordaz y rara vez sin humor, quienes osaron encumbrar su habilidad para mezclar la reflexión con los chistes y la ironía, cayeron en la ladina trampa de R. Ni lo social ni lo político le fue ajeno, pero el H. señor siempre mostró tendencias a criticar el autoritarismo y a acariciar a sus gatos.
La crítica como escudo de la cultura
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Decidió tomar a la cultura mexicana por los cuernos, alardeando sus dotes de chabacanería con la pericia cirujana de un domador del lenguaje, ganando adeptos fieles a la contracultura que encontraron refugio en un simple contreras. Llevó hasta sus renglones toda queja y apunte relativos a los achaques sociales del siempre simpático México.
Ventajas de que guste leer a Monsiváis: Hay pachanga para rato. En su amada ciudad con la solemnidad del relajo, como toda buena relación, la de Carlos y la capital pasó por sus periodos de tórrido romance, así como otros de gritos y lanzamiento de sartenes. Sin importar los quereres del autor, nunca pudo ni intentó resistirse a desenvainar su crítica más aguda hacia la CDMX y sus pifias centralistas.
Ya se sabe que, al buen conocedor, muchas palabras. El buen Monsi tuvo a bien obsequiar más de 20 mil piezas a la colección permanente del Museo del Estanquillo. Nada más acorde que la antigua joyería La Esmeralda, para resguardar las joyas de historia gráfica nacional, y algunos zafiros gabachos. Amante fiel al cómic, llegó a confesar que nunca se separaría de su más grande amor, su exquisita biblioteca.
Lector, luego existo. A pesar de que Monsiváis logró deshacerse de un gran número de títulos en los museos, su legado más importante sería la crónica de este México tan golpeado por la vida, donde los marginados, los olvidados y los invisibles siempre supieron suavizar su corazón. El movimiento estudiantil del 68, el temblor de 1985 así como la crisis económica y política de finales del siglo XX, fueron la mejor musa de su luminosa pluma. Pese a lo que su propia bibliografía opine, el caprichoso letrado siempre se dijo lector antes que escritor.
La risa burlona y caricaturesca en la pluma de Carlos Monsiváis
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Como un comprometido con las grandes causas, siempre se vanaglorió de no haber cumplido con su deber, ni con la mínima parte de él, para desgracia o fortuna de esta patria. Con la gran oferta de situaciones jocosas e inverosímiles que se presentan diariamente en el panorama nacional, el escritor fue una víctima predilecta del impulso primario de reírse y hacernos reír con ellas gracias a sus tan atinados apuntes incisivos.
En ese corazón de condominio también habitó el periodismo, donde con suma diligencia dedicó casi 42 años de vida a su columna, Por Mi Madre, Bohemios. Este mismo lenguaje de prensa fue utilizado hasta el cansancio en su escritura, donde encontró tierra fértil para continuar con su obra durante toda su vida. A 85 años de su nacimiento hoy lo recordamos con el merecimiento que le corresponde, como uno de los escritores más influyentes y representativos en la historia moderna de la literatura mexicana.
Obviedades para el mejor manejo del pesimismo: en gran número de casos, en la superficie de esa vasta erosión melancólica que hemos dado en llamar la vida nacional, el oportunismo suple a la esperanza y la esperanza personal resuelve y dirime todos los problemas ideológicos. A partir de 1968 los caminos posibles parecen ser la asimilación sin condiciones al régimen o el marginamiento con sus consecuencias previsibles. Los días de la ciudad se alargan y se contaminan, se impregnan de la torpeza y la densidad de los sueños irrecuperables.
Días de guardar, 1970. Carlos Monsiváis.