A Vanessa Porter la invadió un virus desconocido. Le dolía la cabeza como si le estuvieran taladrando el cráneo y no paraba de sudar. Después, la infección le llegó a los nervios y en tres días ya había perdido la vista. Pero de pronto, semanas después, empezó a “oír” los colores que había dejado de ver.
Aunque la vista empezó a regresarle poco a poco, para Vanessa, una mujer inglesa que antes dela ceguera producía para televisión y que escribió su historia en la revista científica digital Mosaic, su vida era una «neblina gris y arremolinada», los colores se le habían escapado y las personas eran «fantasmas huecos sin solidez ni humanidad».
Durante los primeros meses para ella todo seguía siendo blanco y negro. Hasta que un día sintió que los colores le hablaban y que ella podía escucharlos. Las asociaciones emocionales que hacía con los pigmentos seguían “intactas”. En esencia, se estaba “comunicando” con ellos. Literalmente, empezó a hablarle a los objetos y a decirles que eran de tal o cual color para recrearlos en su cerebro.
Así se dio cuenta de que eso sí le estaba funcionando, pues cuando decía, en voz alta, el nombre del color que tenía un objeto, lo “veía” por algunos instantes. Cuando intentaba explicarle a los neurólogos lo que estaba sucediendo en su relación con ellos, nadie podía darle una explicación definitiva más que, quizás, el virus había alterado el funcionamiento de su sistema sensorial.
Finalmente, los especialistas le dijeron que estaba experimentado sinestesia, una condición biológica que provoca que los sentidos de algunas personas se crucen, «por lo que un tipo de respuesta sensorial se produce por la estimulación de otro sentido». Y el virus que había provocado esa sinestesia, descubriría después, se llama trastorno del espectro de la neuromielitis óptica, con evolución monofásica, que afecta a sólo una de cada mil personas en Europea.
La sinestesia provoca que los sentidos se crucen. *Foto: Paul Rosteau/ Kiosk.
Y así Vanessa redescubrió el color azul, un día que tropezó sobre un bote de basura, tocó el plástico y dijo en voz alta “azul”. Entonces, «las chispas de colores se detuvieron de inmediato y la caneca pasó a ser de un azul plano, sin vida». Cuando repetía esa palabra, ese burbujeo de color volvía.
Eso quería decir que probablemente había sido víctima de dos formas de sinestesia, la primera conectaba los colores y el tacto y otra conectaba los colores y el lenguaje hablado. Eso quiere decir que cuando pronunciaba las palabras de los colores (y tocaba los objetos que tenían el color en específico) la ayudaron a “ver” esos colores. Sin embargo, su caso era todavía más raro porque la mayoría de las personas que lo padecen nacen con él, jamás conocieron otra opción sensorial.
«Mi cerebro supo entonces qué hacer: mostrarme los colores que necesitaba ver, incluso cuando el mundo se oscureció», concluye Vanessa.
Vanessa Porter. *Foto: Urszula Sortys.
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