Cuando vi esta imagen rondar por mi Facebook, me imaginé que además del depósito para acceder al curso, también vendría un link que me llevaría a contestar un quiz que, al final, me diría qué tan preparada estaba para aprender a cocinar y ser la esposa perfecta de un hombre culichi. Pero no, el Instituto Gastronómico Casserole, ubicado en Culiacán, Sinaloa, no adjuntaba nada más que la imagen de la mujer vestida de novia dispuesta a ser una experta en cocina mexicana y oriental.
Intenté ponerme en contacto con los del Instituto para saber más sobre el curso pero el teléfono mandó a buzón en todas las ocasiones. Incluso escribí en la publicación original de Facebook y nada. ¿También fracasaré en esto porque soy mujer?
Valdría decir que el experto CM del Instituto Casserole fue tan listo que quiso curarse en salud promoviendo la imagen del novio cocinero, pero el daño ya estaba hecho. Incluso antes de que algunas mujeres protestaran, los comentarios ya despotricaban contra LAS MALDITAS FEMINAZIS A LAS QUE NADA LES PARECE. Y pues sí, ahí va de nuevo esta maldita feminista, por ejemplo, a hablar de lo que les sigue molestando a las y los machistas que quieren ejercer su derecho de opinar sandeces, porque una cosa es cierta, la imagen no es excepción ni chiste, en el mundo el 30 por ciento de los hombres opinan que las mujeres no deberían dedicarse a otra cosa que no sea el cuidado de sus casas, según un sondeo hecho por la Organización Internacional del Trabajo y Gallup.
*El diplomado también quería alumnos.
¿Debería ser entonces algo que pasar por alto? Si fuera 1950, cuando lo común era ver publicaciones como “Sex Satisfaction and Happy Marriage”, de Alfred Henry Tyler, donde la labor de las mujeres se limitaba a ser esposa y ama de casa quizá, pero es 2017, ¡2017!
Intuyo que no faltará el comentario “acertadísimo” al pie de este comentario que afirme que hay peleas más importantes que el cartel de un curso gastronómico, que es desproporcionado gastar pixeles repitiendo lo mismo de siempre, a lo que contesto:
En México sólo un 11 por ciento de mujeres se concentra en la construcción, mientras que el 34.5 por ciento está en la industria manufacturera, ¿coincidencia? No lo creo, son más bien pruebas de que las oportunidades laborales en terrenos diversos no existe.
Pero antes de mezclar la gimnasia con la magnesia y hacernos bolas con las estadísticas, valdría la pena repensar en dos conceptos dignos de las luchas feministas actuales: los estándares de belleza y corrección política, y el papel de las mujeres en el ámbito público.
*Publicidad de 1951.
Para el primero, creo que sería bueno echarle un vistazo al hashtag #MitodelaBelleza que se creó a partir de un concurso llamado #Extrememakeover2017 en el que se blanqueó y enflacó a las concursantes para ser “bellas”.
Para el segundo, que es el que nos atañe hoy, vale la pena regresar a una descripción clara hecha por la feminista mexicana Marta Lamas sobre la división de las tareas que se piensan como masculinas y femeninas.
«¿Cómo construir un piso común de igualdad reconociendo la diferencia sexual? En primer lugar, no hay que caer en las trampas de la igualdad, entendida como similitud y saber que tratar con igualdad a desiguales no produce igualdad; desechar la idea tramposa de que son las mujeres las que tienen que igualarse con los hombres; denunciar la contradicción demagógica que otorga gran valor a la participación ciudadana pero dificulta la participación de las mujeres al no existir opciones sociales que aligeren su labor de madres y amas de casa.
Un reto a enfrentar es el de trascender las definiciones tradicionales de qué es ser mujer y qué es ser hombre. Cada vez un número mayor de personas tiene experiencias de vida que no se ajustan a los esquemas tradicionales de género. Estas mujeres y hombres se sienten violentados en su propia identidad y subjetividad por los códigos culturales y los estereotipos de género existentes. No reconocer la multiplicidad de posiciones de sujeto y de nuevas identidades entre mujeres y hombres, reduce la complejidad de la problemática de las relaciones humanas. Requerimos ampliar nuestra comprensión: hay varias combinaciones posibles entre el cuerpo de una persona, su orientación sexual, y sus habitus de género. O sea, hay muchas maneras de ser mujer y muchas de ser hombre».
¿Por qué regresar a conceptos tan básicos? ¿Por qué no problematizar desde “violencias urgentes” como los feminicidios? Porque quizá, y sólo quizá, habría que recordarnos que la sociedad, esa que siempre describimos lejana “los otros”, también somos nosotros, los que defendemos o atacamos cartelitos machistas, mal pensados, que perpetúan ideas distorsionadas de cómo debemos ser las mujeres para ser “buenas, bellas y útiles”. Porque las que saben cocinar como sea, pero ¿y las que “ni para eso servimos”? ¿Seguimos entonces en el “aprendan algo, mujeres”? Pff.