Jill Boyle Taylor padeció hace tiempo un derrame cerebral. Doctora de la Universidad de Harvard, en Estados Unidos, Jill se dedicó a estudiar la forma en la que su cerebro funcionaba durante su proceso de rehabilitación.Al irse recuperando, Jill comprendió a su cerebro de una manera que la misma ciencia no lo hubiera podido entender. El vivir la experiencia y documentarla ella misma, provocó que pudiera estudiar más a fondo las causas de su derrame cerebral así como de su recuperación.La investigación la hizo con base en una experiencia propia. De eso va el “mesearch”, una práctica que a muchos científicos les parece inválida y hasta ridícula.Para definirlo en términos más actuales, los científicos describen al “mesearch” como la selfie de los investigadores, es decir, ellos son los protagonistas del estudio mismo que hacen con base en sucesos vividos por ellos mismos.Su origen se deriva de las palabras “me” (yo) y “research” (investigación) y aunque se ha hecho eco de su práctica en los últimos años, la realidad es que lleva años realizándose por parte de los científicos.Oficialmente al “mesearch” se le conoce como autoetnografía y quienes están en su contra incluso desde 1970, son los científicos que aseguran que su práctica es poco objetiva por diversos factores.Realizarse a través de una experiencia propia, ser narcisista y publicar sus resultados vía redes sociales, son los puntos con los que la ciencia no puede ser representada según los detractores del “mesearch”.Los artículos de ciencia dejaron de serlo desde el momento en que el autoetnógrafo los publica como si fueran un cuento y no utilizando el lenguaje científico.Vincent F. Hendricks, profesor de filosofía de la Universidad de Copenhague, en Dinamarca, dijo para la BBC de Londres, que los estudios autoetnográficos no pueden pretender tener “falsabilidad, testabilidad, representatividad, extrapolación, predicción y otras condiciones que aseguran una investigación fiable”.Y repasando algunos casos en los que se ha practicado el “mesearch”, la teoría de Hendricks y de los opositores toma fuerza.Luego de las elecciones presidenciales en Estados Unidos, un investigador utilizó su experiencia para describir cómo el proceso electoral y la elección de Donald Trump como presidente de Estados Unidos, eran factores importantes para quitarle el sueño.Otro investigador se puso a subir colinas pero no porque le agradara hacerlo, sino porque estaba analizando a través de su propia vivencia, cómo el ascender ese monte, le ayudaba a desarrollar su sentido de identidad.Hay quienes, al contrario de Hendricks, sí apoyan al “mesearch”. Argumentan que el hecho de poder compartirlo con un lenguaje que no es propiamente el científico, facilita a que la gente pueda adentrarse en el mundo de la ciencia y no huya al leer textos con terminologías complicadas.Según la profesora Carolyn Ellis, de la Universidad del Sur de Florida, compartir a sus alumnos los estudios a través de sus propias experiencias le ha funcionado para que a ellos no les parezca aburrida la ciencia y así compartan también sus inquietudes mediante sus vivencias.Aunque es antiguo, el “meserch” regresó para causar polémica entre los científicos que aluden que la experiencia compartida a través de una experiencia propia es absurda y los que defienden la práctica para acercar a la gente a la ciencia.
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