La primera vez que Esteban, periodista de 26 años, intentó dejar la casa de sus padres, los roomies con los que había acordado rentar un departamento en la colonia Juárez le dijeron que siempre no, que preferían “ahorrar” y que lo mejor era que dejaran el nido únicamente cuando ya se fueran a casar, aunque en el fondo no tienen ninguna intención de hacerlo en los próximos años. Pero bueno… «uno nunca sabe».
La segunda vez se iba a ir a vivir con su novia, pero ella le dijo que ya quería formalizar las cosas y que quizá deberían empezar a pensar en el matrimonio. Pero Esteban no quería casarse (y sigue sin querer hacerlo) y cuando se lo confesó, ella lo cortó.
Esa dependencia que Esteban y cientos de millennials más tenemos con nuestros padres no es una decisión que tomemos gustosos, es la única opción que nos queda en épocas de salarios bajos, de rentas carísimas y de rechazo al matrimonio y a la formación de familias. A esas mismas edades, por ejemplo, nuestros padres ya tenían una casita y uno o dos hijos.
De acuerdo con un estudio hecho por el Pew Research Center, esa dependencia millennial se debe, en parte, a que no queremos casarnos ni tener hijos. Hoy somos tres veces menos propensos a casarnos que nuestros abuelos. En la década de los 60, por ejemplo, las mujeres ya estaban casadas a los 21 y los hombres a los 23.
En el 2016, el 15 por ciento de los millennials entre 25 y 35 años seguían viviendo en casa de sus padres, un incremento del 5 por ciento en comparación con los miembros de la Generación X que vivían con sus papás en el año 2000 a la misma edad y casi el doble de los miembros de la Generación Silenciosa que vivían con sus padres a esa edad a mediados de la década de los 60.
El desempleo no parece ser uno de los factores que más influyen en esta nueva tendencia de dependencia de los padres y a la negación del abandono de su hogar, pues durante el primer cuatrimestre del 2016, solamente 5.1 por ciento de los adultos jóvenes no tenían trabajo, mientras que en el 2010 10.1 por ciento no trabajaba.
Pero lo que sí influye significativamente son los salarios ínfimos. De acuerdo con un análisis que Dada Room hizo con datos del Inegi, la relación entre el incremento de los costos de las rentas y el ingreso promedio de los millennials no es proporcional. La renta sube, nuestro sueldo nel.
Dicho análisis también arrojó cifras alarmantes: en la Ciudad de México el promedio de lo que cuesta rentar una habitación compartida alcanza los 5 mil 300 pesos, mientras que el promedio del sueldo de un recién egresado de la universidad no alcanza los 7 mil pesos. Eso quiere decir que todo el salario se va en la renta, así que las posibilidades y entusiasmo para rentar y salirnos de casa de nuestros padres quedan canceladas.
Un artículo de El Universal señala que lo alto de las rentas y lo bajo de los sueldos se ha convertido en «una combinación nociva que mantienen a muchos jóvenes ya no sin la posibilidad de hacerse de una hipoteca, sino sin la oportunidad de poder independizarse».
Otro factor que influye en esta creciente dependencia es que ahora el rango que va de los 18 a los 30 años ya no es considerado como adultez, sino como un «período interino de considerable heterogeneidad en el que la gente joven es menos propensa de alcanzar las señas tradicionales de la adultez».
En palabras más sencillas, eso quiere decir que tardamos más en completar nuestra educación, en repensar el matrimonio y en la falta de trabajos que nos brinden seguridad social, lo que quiere decir que para muchos, lógicamente, resulta mucho más sencillo quedarse en casa de sus padres y ahorrarse no sólo el pago de una renta, sino también, en muchos casos, ahorrarse también la comida y algunos gastos de necesidades básicas. Dichosos los invitados…
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