La ninfomanía deriva su nombre de las ninfas núbiles de la antigüedad clásica, que jugueteaban entre arroyos y ríos en bosques y grutas. Esas deidades menores existían fuera de la polis y, por tanto, fuera de las normas sociales de conducta sexual. Representaban a la naturaleza, sensual e indómita. Hoy día serían diagnosticadas de hipersexualidad.
El Tate Britain inauguró la exposición: Bodies of Nature (Cuerpos de la naturaleza), la que explora la figura de la ninfa en pinturas de finales del siglo XVIII y principios del XIX, pertenecientes a la colección del museo. Contiene obras de artistas famosos como Joshua Reynolds y Thomas Gainsborough, así como de otros que han sido ignorados, notablemente Thomas Stothard. Muchas de las obras menos conocidas están dañadas; tienen la superficie agrietada y gastada, lo que contribuye a su encanto. La muestra trae a la luz la relación entre el mundo clásico, la Ilustración y la época actual, e ilumina los fetiches que tenemos en común.
Las pinturas ofrecen una visión profunda de las costumbres sexuales de una Europa que experimentaba un cambio sísmico. Los avances de la ciencia ponían en duda las creencias religiosas. Hubo revoluciones en Francia y Estados Unidos. Y la invención de la enfermedad de la ninfomanía apuntaba al terror de la sociedad hacia la emancipación de la mujer, incipiente pero en crecimiento.
En la exposición que se presentará hasta el próximo 19 de octubre, todas las pinturas son obra de varones, excepto una: un pequeño grabado y aguatinta en papel de Caroline Mary Elizabeth Wharncliffe, que no tiene nada de notable ni sugiere en ninguna forma el sexo de la autora. No es culpa de los curadores, sino de los tiempos. Eran hombres quienes creaban imágenes de mujeres; ellos ideaban cómo eran vistas y, a su vez, cómo se veían a sí mismas. Y fueron hombres los que dictaminaron que padecían una locura. Ser ninfómana en ese periodo podía significar, sencillamente, que era una mujer sana.
Con información de La Jornada.