La sharia o la ley islámica, son las reglas específicas dictadas por Alá que rigen la conducta humana de los musulmanes. Las mujeres, sin duda, son las más vulnerables bajo las misivas retrógradas, arcaicas, denigrantes y a todas luces salvajes, que permiten que todas las mujeres sean controladas absolutamente por sus parejas, hombres transformados en bestias furibundas cuando se rompe alguna de las leyes sagradas que pasan por sobre cualquier derecho fundamental y humano.
Al parecer, las mujeres musulmanas corren mucho más peligro dentro de sus propias casas. Bajo el imperio de la sharia, sus parejas pueden pegarles, tienen menos derechos que los hombres, tener relaciones sexuales con niñas es permitido, no tienen acceso a los mismos derechos tras un divorcio que los hombres y deben “servir” a sus maridos.
Desde ayer, salieron a la luz y comenzaron a circular varias fotografías que muestran a una musulmana en Indonesia cubriendo su rostro, llorando, desesperada y suplicante. Un “oficial religioso” la sometió a un castigo ejemplar después de que se descubriera que pasaba tiempo con otro hombre que no era su marido: Mereció 26 latigazos por violar la Sharia, y los recibió frente a una multitud.
Según The Independent, se cree que la mujer es de la ciudad de Banda Aceh, en la isla de Sumatra, “el único lugar del país que tiene más musulmanes de todo el mundo donde la Sharia se impone” y se hace valer desde que obtuvo autonomía del gobierno de Indonesia en el 2001.
Aunque no se pudo comprobar, las autoridades religiosas que impusieron el castigo aseguraron que la mujer también había tenido relaciones sexuales fuera del matrimonio. Otras imágenes de un hombre al que le arrojaban latas también fueron difundidas, lo que sugiere que su “compañero” también fue castigado públicamente.
El diario británico dice que las personas pueden ser sometidas a palizas o a otro tipo de castigos públicos y denigrantes por apostar, beber alcohol, sostener relaciones sexuales homosexuales o tener cualquier tipo de relación fuera del matrimonio.
Las amenazas de violencia o flagelación son tan frecuentes que dentro de las mismas naciones se ha convertido en una práctica natural y común, mientras que en el espectro internacional sigue siendo criticada.
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