Hace poco en el zoológico de Singapur, un par de mujeres se formaron para dar de comer a los rinocerontes. Los cuidadores dieron a cada cual una canasta con fruta y llamaron a los animales. La primera tomó la sandía. Acercó la mano a la boca de uno de los mamíferos más imponentes de la tierra y volteó hacia la cámara.
Con la peor torpeza, le embarró el hocico entero de jugo al pobre perisodáctilo. En todo momento sonrió para la foto. Su atención completa estaba puesta en la pose. Cuando el animalote por fin atinó a quitarle la rebanada de la mano, la turista se alejó del barandal. No volteó a verlo una sola vez.
¿Alguna vez disfrutamos la vida o sólo la retratamos? (Foto: El Toper)
Los turistas y sus selfies están arruinando el mundo. Lo echan a perder para ellos mismos, que ya no pueden verlo si no es a través de su propia imagen, y para otros que ahora están al servicio de sus fotografías.
En la era del turismo masivo, millones de personas viajan a sitios cada vez más remotos. Lugares una vez lejanos y místicos ahora se llenan de visitantes que en realidad sólo van a mirarse en el espejo de su cámara frontal. En vez de ver el lugar, van a ver cómo se ven en el lugar. Ni siquiera los lugares más sagrados se salvan de ellos.
Era el cumpleaños de Buda en Angkor Wat, Camboya. El templo milenario estaba atiborrado de gente. La mitad iba a rezar; la otra, a ver a los que rezan. Entre la multitud, los devotos debían alternar su momento frente a Shiva con los que sólo querían una foto con él. Para los creyentes era un momento sagrado. Para los turistas, una oportunidad de sacar a los monjes una foto y una pulserita.
El milenario templo se ha llenado de turistas que buscan la mejor selfie. (Foto: National Geographic)
Nada importaba que los grabados de la pared se hubieran hecho hace mil años, sino que todavía se veían suficientemente bien para Instagram. Angkor Wat recibe unos 5 millones de turistas al año. Lo mismo que la Capilla Sixtina, cuyos frescos se están deshaciendo con el CO2 de las exhalaciones de tanto viajero embobado.
Nuestra sed de selfies genera problemas aún más severos. En algunos lugares, por ejemplo, está esclavizando animales. Según un estudio de World Animal Protection, las fotos con animales salvajes en Instagram han aumentado 249 por ciento desde 2014. Casi la mitad de éstas involucran animales que han sido secuestrados de su hábitat y que mueren poco tiempo después. Los perezosos, para ser específico, se mueren como a los 6 meses.
Monos, elefantes y serpientes dejaron de ser criaturas silvestres para convertirse en props de fotografía. La cadena en la pata y la muerte prematura nada importan a los turistas. Tampoco que, tan sólo en Latinoamérica, el 60 por ciento de los animales a los que ciegan con su flash sean especies protegidas.
Miles de turistas están más interesados en cuantos likes tendrán que en vivir. (Foto: The Conversation)
Los grandes paisajes son excelente escenografía para las poses ridículas. Nueva Zelanda, que tiene muchos de esos, también se está hartando de las multitudes.
«Nuestra experiencia de outdoor la ha arruinado una horda de turistas idiotas que entran cada vez más profundo sólo para tomarse fotos», escribió un muy enojado miembro del New Zealand Alpine Club en Facebook.
La solitud en las montañas, que las redes sociales venden como el principal atractivo del país, se acabó por los que quieren fotografiarse en ella.
En su peor momento, el turismo de selfie puede explotar niños. Camboya es particularmente infame por ello. Orfanatorios falsos que ofrecen experiencias auténticas pululan en las zonas turísticas. El 80 por ciento de los niños que los habitan si tienen familia y fueron traídos a la fuerza. Los viajeros, principalmente de occidente, entran con dinero, salen con fotos y dejan huérfanos ficticios a merced del abuso. Tanto que algunos niños cazan ratas porque no les dan qué comer.
Fuera de los problemas globales que la gente perpetúa por buscar su foto, muchos no se percatan de que la cámara les arruina el viaje. Están tan preocupados por la imagen en la pantalla de su teléfono que olvidan voltear alrededor. Llegan, se forman, toman fotos y se van sin más. Lo único que les quedó fueron likes y la satisfacción de haber usado es hashtag que siempre quisieron escribir.
¿Quieres la mejor selfie o quieres la mejor experiencia? (Foto: Todo souvenirs)
Los más desafortunados viven en la frustración eterna. Como el agua no es tan azul, el templo tan grande o la montaña tan blanca como se veía en las fotos de su feed, están condenados a la decepción. El mundo es mediocre cuando la realidad nunca alcanza a la expectativa. A todos nos gusta viajar y tomarnos fotos. Lo malo es cuando nuestros souvenirs echan a perder lo que según nosotros fuimos a conocer.
Por: Alex Ruelas
*Las columnas de opinión de CC News reflejan sólo el punto de vista del autor.