Situado a unos 43 km al oeste de Cracovia, fue el mayor centro de exterminio de la historia del nazismo, donde se calcula que fueron enviadas cerca de un millón trescientas mil personas, de las cuales murieron un millón cien mil, la gran mayoría de ellas judías (el 90 por ciento, aproximadamente un millón), además de eslavos, prisioneros de guerra, etc.
A los prisioneros de Auschwitz los recibía una leyenda incierta forjada en hierro a la entrada del campo de concentración: “Arbeit macht frei” (El trabajo los hará libres). La realidad es que muchos de ellos no tuvieron la oportunidad de ser empleados, se les exterminó tan pronto llegaron a las instalaciones. Son los entretelones de la Segunda Guerra Mundial.
Dentro del campo de concentración, una sección a medio construir, lúgubre, de acuerdo con el testimonio de sobrevivientes, recordaba la tragedia permanente en Auschwitz. Este lugar fue bautizado como “México”, un espacio en el que la ausencia de las condiciones higiénicas más elementales y la falta de agua provocó una tasa de mortalidad especialmente alta, incluso, para los estándares de Auschwitz.
México era un campo mixto, lo mismo de trabajo que de extermino, donde llegaban hombres, mujeres y niños de origen judío -en su mayoría-, pero también de otros grupos étnicos considerados “inferiores”, como gitanos, homosexuales, testigos de Jehová y prisioneros de guerra, particularmente rusos.
Jacobo Dayán, analista en Derechos Humanos y ex director de contenidos del Museo Memoria y Tolerancia de la Ciudad de México, argumenta que el nombre otorgado a esta área del campo se debía a que allí se encontraban hombres y mujeres con frazadas de un color: blanco, rojo, café, azul, beige… Elementos que tomaban prestados mientras eran transferidos a otro campo. Es por eso que los prisioneros decían que esa sección se llamaba México, porque ver caminar a las personas alrededor del campo envueltas en esas mantas, “evocaba una escena colorida del país”.
Sin embargo, otra serie de testimonios asociaba al país con la miseria de esos nómadas y las condiciones en extremo inhóspitas en las que vivían. Allí en Auschwitiz, donde no había espacio para la dignidad humana, “México” significaba descender todavía otro escalón.
En la literatura sobre el tema hay una tercera lectura que vincula el nombre “México” a un centro de extermino dentro del campo, si bien carece de consenso. “No, no hay manera de probarlo. De lo que yo conozco es la primera vez que lo escucho, las grandes zonas de ejecuciones están claramente identificadas y no están allí”, precisa Dayán, también especialista en asuntos internacionales.
En Auschwitz nadie tenía garantizado el mañana, pero había prisioneros seriamente debilitados que semejaban fantasmas. A punto de desfallecer por hambre, cansancio, enfermedad o las tres cosas juntas, se les conocía como “musulmanes”. Una referencia no exenta de controversia que Dayán explica de la siguiente forma:
“El ‘musulmán’ era aquel que ya estaba en la frontera con la muerte. No es peyorativo a la religión islámica, sino que los prisioneros decían: así como andan, como caminan, es como si hicieran oración musulmana, de rodillas”.
Lo que pareciera una dosis de humor negro en medio de la tragedia, no era otra cosa, señala, que el día a día en Aschwitz, donde se estima que sobrevivió sólo el 10 por ciento de los 1.3 millones de prisioneros recluidos entre 1940 y 1945, cuando el campo fue liberado por tropas rusas.
Con información de El Universal.