Chad caminaba por Nara, en Japón. Lo hacía libremente, tan libre como los ciervos que conviven a diario con los habitantes de la antigua capital de Japón durante la corte de Yamato. La relación entre ellos es de admirar.De pronto, una campana rompió el silencio que lo acompañaba en su andar. El sonido, que provenía del templo de Todaiji, la construcción de madera más grande del mundo, tenía un efecto parecido al de “El flautista de Hamelin” sólo que en lugar de ratas, eran ciervos los que respondieron a la campanada del templo.“¡Todos los ciervos que vi se fueron corriendo rumbo a donde venía el sonido! Por más que corrí, no los alcancé. Corrieron juntos al templo de Todaiji. Es como si estuvieras en Jumanji”, dice el fotógrafo mexicano Chad Santos, quien documentó la emotiva historia de estos animales con los habitantes de Nara, en Japón. Su lente capturó la convivencia entre ciervos y seres humanos.
Japón no sólo es anime ni videojuegos. Japón es naturaleza, como la que muestra Nara, lugar que en palabras de Chad se describe mejor: “Es un lugar muy conocido porque andan sueltos casi mil ciervos por el parque, es una especie de ciudad universitaria; los ves tranquilamente caminando a sus anchas”.Según la leyenda contada por el propio fotógrafo para Cultura Colectiva Noticias, el Dios Takenomikazuchi-no-mikoto llegó montado en un ciervo blanco al Monte Mikasa-yama, motivo por el cual a los ciervos se les considera sagrados. Antes de la Segunda Guerra Mundial, a quien matara a alguna de estas especies se le aplicaba la pena de muerte.Desde ese momento, incluso desde antes, es posible la convivencia entre ciervos y seres humanos. “El hombre puede vivir en perfecta armonía con ciertas especies, en este caso los ciervos, que si bien hay que tener cuidado con ellos, sobre todo con los machos en época de celo, son muy respetuosos y juguetones al buscar comida tras la gente”, dice el mexicano quien se ocupó en darnos detalles precisos de su viaje a Nara.
Una decisión de último momento lo llevó a ese lugar. Chad Santos visitó Itsukishima, que es otra ciudad/isla llena de ciervos que, al igual que en Nara, son libres y conviven con la gente. “En 2016 fue mi primera vez, la visité porque fui a hacer unas cosas cerca y decidí pasar, fue de esas ciudades que por obligación te dicen que debes conocer, no creí que me fuera a flechar tanto”, relata emocionado el fotógrafo.“Fue y ha sido toda una curiosidad ver cómo la vida animal florece en ausencia del humano y con él. A veces los ciervos salen de su territorio, pero por lo regular están en el parque, atraen a muchas personas que van a los templos o en mi caso, a verlos a ellos y ya de paso a los templos. Toda la ciudad gira a su alrededor, incluso las dos mascotitas de la ciudad que los representan, Sento-kun y Shikamaro-kun, son ciervos”, dice Chad quien añade que es grande la importancia que estos animales tienen para los habitantes de Nara.
Sobre la relación de los mexicanos con los animales, Santos fue enfático al preguntársele por qué cree que allá sí se pueda tener una convivencia con especies salvajes y aquí no. La respuesta es cultural y de entorno, a decir del fotógrafo.“Hablando de la Ciudad de México, tenemos mucha relación con los animales, sobre todo cuando somos niños. He visto sueltas aguilillas de harris, garzas, búhos y hasta murciélagos, todo esto en distintas etapas de mi vida. Igual me emocionaba ver a las hormigas o las abejas del jardín, y curiosamente, todo nació por ver un programa japonés de nombre ‘Piko, Taro y Kika’, donde exploraban la vida diaria. Conforme crecemos por alguna razón perdemos ese encanto por admirar millones de años de evolución entre nosotros, nos hace falta ver más nuestro folclor y valorarlo. En Japón, por ejemplo, aman a los ajolotes. ¿Por qué allá sí y aquí no?”, cuestiona Chad Santos.Es un trabajo de introspección, desde la perspectiva de este mexicano que con su fotografía comprobó que este tipo de convivencia es posible. “Somos una generación muy consciente de la vida animal, veo muchas ganas y futuro, pero no todas las especies a proteger de la capital son tu perro o tu gato, también hay muchas aves. Quizá ahora con las redes sociales se haga más conciencia de que, por ejemplo, cada año recibimos pelicanos provenientes de Canadá y Estados Unidos en Aragón o que el zoológico de Aragón reproduce con éxito al lobo mexicano, en Azcapotzalco, dentro del Parque Tezozomoc, había muchas tortugas y nosotros íbamos a darles de comer”, añora Chad.
¿Te parece excesivo el trato que los ciervos reciben de los japoneses? Para Santos, no lo es tanto. “Ellos crecieron juntos y no se imaginan el uno sin el otro, para muchos comerciantes es su sustento, atrae a turistas y ayuda a mantener los templos. De los sitios que he visitado con animales, es el que más entusiasmo mostró por ellos, son su estandarte y los define ante otras ciudades japonesas”.Esta, quizá, es una de las mejores experiencias retratadas por este fotógrafo mexicano. “Hay algo muy divertido, los ciervos son ‘educados’; cuando les das alimento hacen una ‘reverencia’ con la cabeza; meten la lengua a tu bolsa y en cuanto escuchan el sonido de la comida, ya tienes a cinco alrededor tuyo, es muy cómico”, indicó Chad Santos, quien antes de finalizar, deja un mensaje para quienes leen su experiencia.“No esperemos a despertar y ver palomas muertas como hace unos años para querer hacer algo, no es trabajo del gobierno, ni de asociaciones, es tuyo, en tu casa, con tu entorno inmediato, dejemos el mundo más bello o igual de como a nosotros nos lo heredaron”, sentenció.
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