*Todas las fotos de Thiago Dezan.
En otro siglo, Violeta Parra celebró a los estudiantes: “¡Que vivan!”, rezó en un canto trémulo, con su voz de profeta de otras épocas. Le inflaban el pecho hasta transformarse en letras de sus versos porque son aves que no se asustan de animal ni policía, porque rugen como los vientos, porque no le temen a las balas, porque marchan sobre las ruinas con las banderas en alto… «porque son la levadura del pan que saldrá del horno con toda su sabrosura».
En este siglo y en este país, a los estudiantes (MAESTROS, filósofos, sociólogos, escritores, periodistas, astrónomos, científicos) sólo les cantan ¡que vivan! cuando ya están ausentes, únicamente cuando nos hacen falta. En este territorio, no corren con la dicha de andar alzando ningún tipo de insignia o bandera sobre las ruinas.
Nuestros 43 de Ayotzinapa (son “nuestros”, en todo caso, porque son el ejemplo más poderoso de una nación que no fomenta la cosecha, que enmudece al estudioso con fuerza descomunal) no pudieron hacerle frente al brazo esquizofrénico de un policía y los arrancaron de sus trincheras, en la normal, como quien deshoja un libro y suelta el papel en la sierra, con los vientos.
Y ya van tres años de mañanas grises, de ausencias. De madres intentando reconocer sus rostros dislocados por el dolor frente al espejo, un reflejo que les grita: “Falta tu hijo”. Los padres, tíos, primos, amigos, las madres, novias, esposas, sobrinas, de los estudiantes, “pajarillos libertarios, igual que los elementos”, siguen buscándolos en canciones y poemas y le preguntan a nuestros gobernantes : «¿Qué cosecha un país que siembra cuerpos?»
El problema es que en su intento de enterrarlos, a los de arriba se les olvidó que son semillas y que sólo propiciaron el florecimiento, el renacer de una especie en peligro que se convertirá en el “jardín de nuestra alegría”, en el alimento “para la boca del pobre que come con amargura”. ¡VIVA LA LITERATURA!