La violencia doméstica es una práctica normalizada en Afganistán, como un mandamiento marital inherente en la mayoría de los hombres. El simple hecho de obligarlas a cubrir rigurosamente sus cuerpos y caras las condena a la clandestinidad y a los recovecos sombríos de una nación machista por convicción y tradición. Las burkas son su condena y su resignación.
Un caso reciente, registrado por la BBC, simboliza el salvajismo con el que algunos hombres controlan a sus parejas. Una mujer afgana, Zarina, relató cómo su esposo la amarró, la sometió y la mutiló; le cortó ambas orejas. La víctima, originaria de Balkh, al norte del país, se pregunta por qué fue sometida a un castigo así si no había cometido ningún pecado.
Como en el catolicismo, el pecado justifica los medios y los fines. El pecado dicta el destino y la pena es la justificación universal de la masacre.
Ahora, la mujer que contrajo matrimonio con el victimario a los 13 años, se encuentra estable aunque “en estado traumático” en el hospital. Mientras tanto, su esposo es perseguido por la policía en el distrito de Kashinda.
Zarina ya le había advertido a su esposo que no quería seguir casada con él, quien no le permitía ver más a sus padres. Para Tolo News, la víctima afirmó que él es un “hombre muy sospechoso” y con frecuencia la acusaba de hablar con “hombres extraños” cuando visitaba a sus papás.
Finalmente, tras años de sometimiento, la mutilación y violencia, terminaron por obligarla a reconsiderar su futuro a junto a a su esposo y finalmente manifestó sus deseos definitivos de no seguir al lado de un hombre violento y presentar una denuncia en su contra.
Sin embargo, la BBC explica que este caso es sólo uno más de las decenas de reportes que se tienen de violencia machista y doméstica en la nación del Medio Oriente desde hace varios años. Hombres que mutilan, queman, lapidan y, en el mejor de los casos, golpean hasta el cansancio a sus mujeres (porque al parecer, literalmente les pertenecen).
Aunque se han intentado decretar leyes e implementar medidas para cesar este tipo de violencia de género y las prácticas machistas, la idea de la denigración de la mujer, de verla como un objeto de cambio que exige posesión, están tan arraigadas en la cultura, en la sociedad y en la religión que se antoja muy complicado erradicarlas definitivamente o al menos disminuir el número de casos significativamente.
El mandatario afgano, Ashraf Ghani, aún no pasa un paquete legislativo (que ya fue aprobado por la cámara baja del Parlamento) y que pretendía proteger a las mujeres y a los niños de la violencia y el acoso.
La religión ha escudado a los talibanes, por citar otro ejemplo, para dictar la “voluntad de Dios” y tratar a las mujeres como súbditas, con prácticas medievales y arcaicas que reinan sobre cualquier voluntad humana.
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