Un equipo internacional de científicos reveló que los agujeros negros tienen un análogo en la Tierra: de acuerdo con un reciente estudio, los vórtices del Atlántico Sur actúan de manera muy semejante a la de estos fenómenos cósmicos. George Haller, del Instituto Federal Suizo de Tecnología en Zúrich, y Francisco Beron-Vera, de la Universidad de Miami en Florida, encontraron análogos terrestres de agujeros negros en las aguas turbulentas del océano Atlántico. Los físicos descubrieron que el borde de los vórtices que se forman en estas zonas está representado normalmente por un ancho cinturón de una sustancia brillante, que se asemeja a la esfera de fotones que rodea a los agujeros negros sin entrar en los mismos.
Los especialistas utilizaron en su investigación imágenes de satélite del sur del océano Atlántico, captadas entre noviembre de 2006 y febrero de 2007. Como resultado encontraron, durante este período, ocho fenómenos con posibilidad de ser denominados agujeros terrestres. Según el portal Technology Review, Haller y Beron-Vera investigaron las corrientes en el suroeste del océano índico y el sur del Atlántico. En esta parte del océano mundial existe un fenómeno que se denomina “la fuga de las Agujas”, que viene de la corriente de las Agujas del océano índico. “Al final de su flujo hacia el Sur, esta corriente se vuelve sobre sí misma, creando de vez en cuando remolinos en la zona meridional del Atlántico”, indican los científicos.
La investigación también plantea la posibilidad de que se produzcan análogos de agujeros negros en otras condiciones naturales, como en los huracanes, e incluso en otros objetos espaciales. Por lo tanto, según sugieren los científicos, la Gran Mancha Roja de Júpiter, tormenta gigante en la atmósfera del planeta, podría ser el más famoso agujero negro del sistema solar.
Estos descubrimientos sobre diversos fenómenos naturales han inspirado a grandes plumas de la literatura de ficción, un ejemplo de esto es el cuento corto del escritor estadounidense Edgar Allan Poe, publicado en 1841, “Un descenso al Maelstrím”, el que estuvo inspirado por el fenómeno del Maelstrím, un remolino que se produce en las costas de Noruega, formado por la conjunción de las fuertes corrientes que atraviesan el estrecho de Moskenstraumen y la gran amplitud de las mareas.
Se trata de una historia dentro de otra historia, contada desde lo alto de un abismo. Está narrada por un anciano que afirma no serlo, pese a su apariencia: “No hizo falta más que un día para transformar mis cabellos negros en canas, debilitar mis miembros y destrozar mis nervios.” El narrador cuenta que un día se hizo a la mar con dos de sus hermanos, cuando se desató un terrible huracán que atrapó el barco en su vórtice. Los dos hermanos murieron, mientras que el anciano, quien dice no serlo, caía al centro del remolino y se quedaba maravillado ante lo que veía. Se arrojó al agua sujetándose a un barril. Al cabo de un tiempo impreciso, fue izado a la borda de un barco de conocidos suyos que no le reconocieron.
Quizás estos vórtices despierten la imaginación de plumas jóvenes, o quizá algún día se descubra que es la puerta al espacio y sólo al atravesarlo por alguien, éste pueda quedar maravillado… tal y como el viejo que negaba serlo.