Caminamos por la sierra de Guerrero tratando de extraer del pasado los hechos que se convertirían en las memorias del presente. Caminamos sobre los pastos verdes y entre los árboles que han devorado a cientos de personas que ahora portan el estatus de desaparecidos. Caminamos sin protección, cargando cámaras y libretas, guiados por los familiares que, en la desesperación por encontrar a sus muertos, se organizaron y se hicieron responsables de una labor del Estado: buscar, encontrar y registrar a los “no localizados” (más de 25 mil personas en lo que va del sexenio).“Ahora los montes se alimentan de cadáveres”- comenta una madre que busca a su hijo desde hace dos años. “Hemos marcado con banderas rojas las posibles fosas”.Avanzamos un poco más cuando, frente a nuestros ojos, se abrió un panorama fatal. El paisaje, verde con un cielo que contrastaba en azul, se encontraba plagado de banderines color sangre. En ese momento, nos dimos cuenta de que llevábamos horas caminando sobre un cementerio.Las guerras han cambiado y las técnicas utilizadas para cubrir los conflictos han tenido que evolucionar. Las redes, la globalización y el periodismo ciudadano han pasado a formar parte de un fenómeno que rige las agendas de los grandes medios periodísticos: la inmediatez; relegando una de las actividades que más influencia tiene sobre la opinión pública: la cobertura de los conflictos por parte de los corresponsales. Rodeamos los banderines por un camino de tierra donde nos encontramos con una camioneta de la Comisión Nacional de los Derechos Humanos, la abordamos y tomamos rumbo al pueblo más cercano. Ahí nos encontraríamos con uno de los líderes encargados de organizar a los buscadores de fosas. Fuimos directamente a recoger a uno de sus informantes, quien aseguraba haber encontrado un pozo de agua lleno de cuerpos.Al dar con el punto de reunión previamente acordado, abrieron la puerta de la camioneta y subió un campesino (el informante), llevaba una camisa arremangada, unos pantalones viejos y un sombrero que se tuvo que quitar por el limitado espacio dentro del vehículo. Comenzó a dar instrucciones de cómo llegar al lugar.Silencio. Tensión. Plok, plok, plok, rebotaba la camioneta mientras se movía despacio por un camino lleno de obstáculos. El timbre de un celular rompió el silencio. – Deténganse, gritó el guía.
– ¿Nos equivocamos de camino?, Preguntó el conductor.
– No podemos seguir, hay un grupo de hombres armados esperandonos, saben que vamos en camino.
Entre los riesgos más grandes que corren los corresponsales se encuentra la falta de protección y capacitación de los medios en los que laboran, los cuales, generalmente se deslindan de dicha responsabilidad por los elevados costos que implica proveer de equipo y herramientas a sus periodistas.La falta de compromiso por parte de los medios ha provocado que sean los mismos corresponsales los encargados de prepararse, generar manuales de cómo trabajar en zonas de conflicto y crear una red de protección para cuidarse entre ellos.En una conferencia impartida hace un par de años por el periodista español Jacobo García (fue quien le preguntó a Peña cuáles eran sus libros favoritos) y la periodista inglesa Ela Stapley, una de los creadores de la aplicación Hansel, cuyo fin es emitir una señal de alerta a todos los periodistas que se encuentren conectados dentro a la red para avisar que alguien se encuentra en peligro y transmitir su ubicación, contaban su experiencia como corresponsales de guerra en los distintos países que habían visitado, comparándola con el trabajo que han realizado en México.En resumidas cuentas, la conclusión de ambos corresponsales fue la misma: México es el país donde más peligro han sentido.
La respuesta, en cierto modo, no sorprende. Basta revisar los diarios unas cuantas veces a la semana y ver el número de homicidios que se reportan diariamente para darnos una buena idea del panorama en el que se encuentra el país. Si este dato lo extrapolamos al tema del periodismo, nos daremos cuenta de que México es el país más peligroso para ejercer el periodismo en América Latina.Nos bajamos de la camioneta, estábamos parados en medio de un campo de flores. El informante hablaba desesperadamente.
– Tenemos que regresar, vienen con mujeres, no saben lo que ellos son capaces de hacerles. Los rostros de la chicas cambiaron inmediatamente. No lo dudaron un segundo, debemos hacerle caso, dijeron.El conductor y líder de los buscadores de fosas insistía con avanzar. Argumentaba que el miedo no podía detenernos.– Hay hombres armados, ¿no escuchaste?, nos están esperando; replicó uno de los integrantes de la CNDH.
– Si están ahí es porque hay algo importante que ver, debemos seguir, insistió.
La situación se tensaba segundo a segundo, el informante, en su pánico, corrió hacia las plantaciones de maíz más cercanas y se perdió. Temía ser visto con periodistas. Si los halcones lo veían, pasaría a formar parte de los desaparecidos.El periodismo, por más que busque y hable sobre la objetividad, nunca podrá conseguirla. Los contenidos son creaciones humanas, tanto los textos como las fotos y los videos. Desde el momento en que cada periodista elige qué poner o quitar de la información, ejerce un criterio, una línea: qué se va a decir y qué no. No existe algo más subjetivo que esa decisión.De ahí una polémica que ha trascendido la tecnología, el tiempo y la inmediatez por la que ahora todos pelean; el periodismo se hace con una finalidad y esa es la de informar para crear una opinión pública determinada, y no hay mejor material para explotar, apelar a los sentimientos de los lectores y cargar la balanza hacia el lado que se desea que la cobertura de conflictos, la tragedia humana en carne viva, el morbo, lo que todos quieren ver pero sólo pueden hacerlo a través de los ojos y la experiencia de alguien más: el corresponsal.
La profesión de informar, considerada un oficio por mucho tiempo, se remonta cientos de años antes de la aparición de Cristo. Durante las guerras del Peloponeso, el general Tucídides registraba los hechos para después informarlos, convirtiéndose así en el primer corresponsal de guerra de la Historia.Como ya lo dije, miles de años respaldan a una profesión que, aunque se piense decadente, no se va a terminar; tendrá que evolucionar junto con las tecnologías de la información, tendrá que encontrar su propio camino de entre tantos retos: informar, crear contenidos entretenidos y relevantes; dejar que el consumidor de contenidos piense por sí mismo para generar confianza y criterio entre sus lectores pues, al final, esa es su arma más poderosa.Tucídides narra en una de sus crónicas cómo tuvo que ordenar la retirada de uno de sus ejércitos, de no hacerlo, sabía que todos morirían. Hay batallas que vale la pena pelear hasta el final y otras en las que uno debe retirarse y vivir para contarlo.A nosotros nos importó poco el miedo, abordamos de nuevo la camioneta, cerramos la puerta y, en silencio, tomamos el camino de regreso a la ciudad. ****