Tuvieron que pasar 500 años para que Yuri Knórozov, un soldado de origen ucraniano logrará lo que nunca antes alguien había logrado: descifrar la escritura jeroglífica maya.
Desde hace varios siglos muchos expertos en todo el mundo habían intentado encontrar una forma de interpretar los códices mayas para comprender la riqueza de está civilización, pero nadie antes había tenido éxito. Hasta que un joven ucraniano, amante de los libros y de los gatos llegó por casualidad al mundo maya.
El primero en intentarlo fue Diego de Landa, un misionero franciscano que luego de ordenar la muerte de miles de indígenas mayas acusados de herejía intentó estudiar algunos de sus códices y en 1566 escribió ‘La relación de las cosas de Yucatán’, obra que contenía un apartado del Alfabeto Maya y que sirvió como base para el estudio de los glifos, pero no fue sino hasta 1864 que el libro fue publicado por primera vez en París, gracias al arqueólogo francés Brasseur de Bourbourg, quién descubrió el manuscrito original perdido en la Real Academia de la Historia de Madrid.
Cultura maya; el destino de Knórozov
Un siglo después, en abril de 1945, en medio de la catástrofe por la Segunda Guerra Mundial, Yuri Knórozov, de apenas 21 años, se encontró con su destino: el libro de Diego de Landa.
El joven soldado, integrante del 580 Batallón de Artillería del ejército soviético rescató de la Biblioteca Prusiana de Berlín dos libros que lo llevarían al estudio de los mayas: ‘La relación de las cosas de Yucatán’ y un facsimilar de ‘Los Códices Mayas’.
Yuri Knórozov: un militar ilustrado
Cuando Yuri Valentinovich Knórozov tuvo que alistarse en el ejército de su país en 1941, era un estudiante de historia, amante de las aventuras de Sherlock Holmes y del conocimiento, tenía facilidad para tocar el violín y el dibujo. Por su cuenta había aprendido a leer en chino, árabe y griego.
Había nacido el 19 de noviembre de 1922, mismo año en que Rusia se convirtió en la Unión Soviética y devoró a Ucrania, donde vivía su familia.
Dos años después, de que ingresó a la universidad, estalló la Segunda Guerra Mundial y tuvo que alistarse en las fuerzas soviéticas para luchar contra los alemanes. De 1943 a 1945 fungió como observador de artillería en la armada roja. Finalmente, en 1945 se unió al Ejército Rojo en la ciudad de Berlín. Fue en este lugar en donde se encontró los libros, los cuales estaban colocados en cajas en medio de la calle debido a que la Biblioteca Prusiana en ese momento era evacuada.
Una vez que terminó la guerra, en invierno de 1945, volvió a Ucrania donde comenzó a estudiar etnografía y lingüística en la Universidad Lomonósov en Moscú, donde se entusiasmó con la egiptología y con el chamanismo de algunas culturas de Asia Central e incluso participó en algunas expediciones arqueológicas.
Poco a poco su interés en diferentes culturas lo llevaron a involucrarse en estudios de egiptología y jeroglíficos, pero lo que lo llevaría a introducirse con los mayas fue el artículo ‘El desciframiento de las escrituras mayas, ¿un problema insoluble?’ del escritor alemán Paul Schellhas.
Su lectura lo intrigó tanto que abandonó todo para dedicarse por completo al estudio maya, pese a la desconfianza de otros investigadores quienes pensaron que era demasiado joven e inexperto.
Sin embargo, su respuesta ante la incredulidad fue: “Cualquier sistema o código elaborado por un ser humano puede ser resuelto por cualquier otro ser humano”. Su maestro Serguéi Tokarev confió en él y en su nuevo proyecto: descifrar la escritura maya.
¿Cómo descifró el código maya?
Debido a la Guerra Fría no pudo salir de la Unión Soviética, por lo que le fue imposible viajar a nuestro país. Sin embargo, esto no fue un obstáculo, pues su investigación la realizó dentro de las cuatro paredes de su oficina en Leningrado (hoy la ciudad de San Petersburgo).
Para descifrar lo indescifrable, Knórozov aprendió español y obtuvo copias exactas de los códices de Dresde, París y Madrid. Todo lo que conoció sobre México, Yucatán y los mayas lo aprendió a través de libros y documentos.
En su investigación, Yuri realizó un análisis que lo llevó a descubrir que la escritura maya se basaba en lologramas es decir (signos que representan una palabra entera), también detectó que la escritura maya era silábica y que estaba compuesta por 355 signos, por lo que llegó a la conclusión de que el Alfabeto Maya contenido en la obra de fray Diego de Landa era un silabario, descifrando así la escritura maya.
Esa fue la clave que le permitió escribir en 1952, el artículo académico ‘La escritura antigua de América Central’.
Intentan desacreditar su trabajo
Después de cinco siglos el enigma estaba resuelto, pero lamentablemente sus investigaciones no fueron bien recibidas por parte de los expertos de la época ni por los estudiados de los mayas más prominentes.
Knórozov fue estigmatizado por pertenecer a un país comunista, por lo que en numerosas ocasiones su trabajo fue menospreciado y descalificado por mayistas de la talla de Eric Thompson, el especialista maya más respetado de la época.
No fue sino hasta la década de 1970 cuando su descubrimiento fue mundialmente aceptado y aplicado por todos los mayistas.
Aunque occidente, le cerró las puertas a las investigaciones de Knórozov, en la URSS causó un revuelo positivo despertando el interés de miles de estudiantes por las culturas precolombinas de Centroamérica.
Visita México y Guatemala
Knórozov hizo lo imposible descubrir un mundo sin haber estado nunca en América y mucho menos en México, Yucatán o Guatemala.
Su primer viaje a Centroamérica lo hizo en 1990, 38 años después de su descubrimiento. En aquel entonces visitó Guatemala en donde fue condecorado con la Orden de Quetzal, la distinción más importante del gobierno guatemalteco.
Cuatro años después, el gobierno mexicano le otorgó la Orden Mexicana del Águila Azteca en la embajada de México en Moscú. En 1995, Knórozov visitó el país, donde conoció la zona arqueológica de Palenque Chiapas y participó en el Tercer Congreso Internacional de Mayistas.
Muere el ucraniano-mexicano que descifró la escritura maya
Cuatro años después de su visita a México, Yuri Knórozov murió en los pasillos de un hospital víctima de un derrame cerebral, el 30 de marzo de 1999, en San Petersburgo.
En la entrada principal del Centro de Convenciones siglo XXI en Mérida, Yucatán, una figura de bronce fue colocada en su honor. Con ella una placa que dice:
“En mi corazón, siempre seré mexicano”, frase que pronunció al recibir la Orden del Águila Azteca en 1994.
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Fotografía de portada: Especial