Hubo una vez un estudiante de derecho llamado Charles Perrault, que llegaría a ser conocido por sus relatos cautivadores y su estilo literario encantador. Nacido en el seno de una destacada familia burguesa de París en 1628, Perrault provenía de una estirpe de hombres talentosos. Su padre era abogado y miembro del Parlamento, y sus cuatro hermanos, todos mayores que él, alcanzaron renombre en campos como la arquitectura y el derecho.
Desde temprana edad, Perrault demostró una mente inquisitiva y un amor por el aprendizaje. A los 15 años decidió dejar todavía los sueños y las historias dentro de su pluma, para dedicar su tiempo a aprender por su cuenta todo lo necesario para presentar sus exámenes de derecho. pero pronto, aquel cambio probó tampoco ser el suyo, con lo que se convirtió en secretario de su hermano Pierre, quien ocupaba el cargo de recaudador de impuestos de París, apenas con unos años de práctica legal.

Pero entonces, las inquietudes literarias de Perrault comenzaron a salir del bosque, y el autor le dio vida a un par de poemas menores. Pero su carrera cambiaría para siempre cuando su obra se aventuró a tocar la gracia del rey de Francia, Luis XIV, con algunos poemas en honor a él. Fue así como nuestro protagonista llegó a ser secretario de Jean-Baptiste Colbert en 1663, ministro de Finanzas y quizás el hombre del reino.
Bajo el manto de sus mecenas, Perrault logró grandes avances en el campo de las artes y las ciencias gracias al manto protector de su mecenas. Una vez parte de la Académie Française y a la par de continuar con su labor en la poesía, la mente inquieta de Perrault se interesó en los asuntos culturales de la corte. Así llegó al verdadero cuento de hadas del autor, cuando en 1672 contrajo matrimonio con Marie Guichon con quien tuvo tres hijos.
Charles Perrault dedicó su vida al conocimiento y las letras, peor no llegó a tener un final feliz
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Pero lejos de un “vivieron felices para siempre” esta dichosa etapa de su vida terminaría abruptamente con la trágica muerte de Marie durante el parto en 1678. Con el corazón roto por la tristeza, Perrault decidió no volver a casarse y además emprendió personalmente la educación de sus hijos.
Este periodo ensombrecido por la sombra de la muerte se prolonga con la muerte de Colbert en 1683, tras la que Perrault sería despedido de su cargo en el gobierno. Pero como no todo es tristeza en este cuento, aunque Perrault perdió su posición, recibió una sustancial pensión que le permitió mantener a su familia hasta su muerte. Liberado ya de los malévolos deberes gubernamentales, el autor pudo concentrarse aún más en los asuntos literarios.
En 1687, dio inicio a la famosa Querella de los Antiguos y pronto Perrault se posicionó del lado del modernismo y creía que Francia y la cristiandad sólo podrían progresar si incorporaban creencias y folclore paganos, desarrollando así una cultura ilustrada. Gracias a esta postura, nuestro noble paladín encontró así varios enemigos en su camino.

En esos tiempos lejanos, dentro del reino de las letras francesas, hubo una feroz disputa literaria que involucró a dos destacados hombres de letras: Nicolas Boileau, el crítico literario, y Jean Racine, el dramaturgo. Ambos defendían la posición opuesta a la de nuestro brillante escritor. Mientras Boileau y Racine abogaban por la imitación de las grandes obras de los imperios de Grecia y Roma, y la adhesión a estrictas reglas clásicas en las artes, Perrault sostenía una perspectiva diametralmente diferente.
Esta épica querella literaria tuvo profundas repercusiones culturales que pusieron en peligro la virtud del reino, misma que se prolongó hasta 1697, cuando el rey Louis XIV decidió ponerle fin en favor de Boileau y Racine. Sin embargo, esta decisión no frenaría el ímpetu de Perrault, quien seguiría plasmando sus ideas en su poesía y prosa.
Perrault, quien frecuentaba los salones literarios de su sobrina Mlle Théritier, Mme d’Aulnoy y otras mujeres destacadas, se había sentido profundamente en disgusto por las sátiras e injurias de Boileau dirigidas a las mujeres. En respuesta, se esforzó por escribir tres cuentos en verso: Grisélidis (1691), Les Souhaits Ridicules (Los Deseos Ridículos, 1693) y Peau d’âne (Piel de Asno, 1694).
Además, compuso un largo poema titulado Apologie des femmes (Apología de las mujeres, 1694), en defensa de las mujeres. Si bien se puede cuestionar si estas obras se considerarían actualmente a favor de las mujeres, Perrault demostró sin duda un enfoque más ilustrado en relación a esta cuestión que Boileau o Racine.
En estos poemas se pluma se puso a merced de un estilo literario altamente refinado, acaso inspirado por la herida abierta por la daga de Boileau. Los motivos folclóricos ahí plasmados enfatizaron con la elegancia de una lengua bien afilada la necesidad de adoptar una actitud moral ilustrada hacia las mujeres y ejercer una autoridad justa.
Sus cuentos de hadas son fruto de la defensa a los derechos de las mujeres
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Ya con todas estas aventuras en su haber, sería en 1696 Perrault enfrentaría su mayor gigante, al decidir transformar diversos cuentos populares, repletos de creencias supersticiosas y magia, en cuentos moralizantes que atrajeran a niños y adultos, con el fin de demostrar un enfoque moderno de la literatura.
En 1696, publicó una versión en prosa de La Bella Durmiente en la revista Mercure Galant. Al año siguiente, publicó una colección completa de cuentos titulada Histoires ou contes du temps passé (Historias o cuentos del tiempo pasado), que incluía nuevas versiones literarias de La Bella Durmiente, Caperucita Roja, Barba Azul, Cenicienta, Pulgarcito, El Gato con Botas y Las Hadas. Todos estos cuentos de hadas, ahora considerados “clásicos”, se basaron en motivos orales y literarios populares en Francia, pero Perrault los transformó para abordar cuestiones sociales y políticas. Este es sin duda el merecido final feliz del autor en el reino de las letras mundiales.

Las hazaña del escritor francés ha tenido repercusión hasta nuestros días, donde los cuentos de hadas siguen resultando un género fascinante. Estos relatos se enraízan profundamente en nuestra cultura, actualizándose y resignificándose de generación en generación a través de nuevos medios, y gracias a autores como Charles Perrault, estas historias se han usado como brújula moral y reflejan los valores de una sociedad, aunque sea los de una que necesita mirar hacia adelante y avanzar hacia tesoro del mañana, escondido al final del arcoíris.