México

‘Se alcanzaba a ver lleno de cadáveres…’: Así vivió mi abuelo el 19 de septiembre de 1985

El mes de septiembre es muy significativo y está marcado en la memoria de muchos mexicanos. Si bien lo es por motivo de algarabía y celebración gracias a la conmemoración de las fiestas patrias, también lo es de remembranza, de sentimiento, de dolor… Para todos es bien sabido que México está en una ubicación geográfica

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El mes de septiembre es muy significativo y está marcado en la memoria de muchos mexicanos. Si bien lo es por motivo de algarabía y celebración gracias a la conmemoración de las fiestas patrias, también lo es de remembranza, de sentimiento, de dolor… Para todos es bien sabido que México está en una ubicación geográfica propensa a sufrir sismos, pues se encuentra en un área en forma de herradura con alta actividad sísmica que se conoce como el Cinturón de Fuego del Pacífico o Anillo de fuego, que une a América con Asia. Gracias a ello, los países que forman parte de ese Anillo de Fuego han sufrido de los peores movimientos telúricos en la historia y un día de septiembre, de hace 37 años, México supo lo que era padecer un fenómeno natural de esa magnitud; de 8.1 grados en la escala de Richter, para ser exactos.

Aquella mañana del jueves 19 de septiembre de 1985 se vislumbraba como cualquier otro día normal. El fervor de las fiestas patrias aún se sentía en el ambiente; en las fachadas de diversos edificios y casas, así como en calles del Centro Histórico de la Ciudad de México, se conservaba la decoración alusiva al, en ese entonces, 175 aniversario del inicio de la Independencia de México. Todos se disponían a comenzar sus labores, ya sea para ir al trabajo o a la escuela. Ese día, Jesús Rueda, mi abuelo, quien trabajaba como jefe de mantenimiento en uno de los edificios del entonces Banco Nacional de México (Banamex), se levantó temprano como todos los días para iniciar su jornada laboral. Salió de casa a las 5.30 de la mañana, en Cuautitlán Izcalli, en el Estado de México, para dirigirse a la avenida Fray Servando, casi esquina con 5 de febrero, justo en el Centro de la Ciudad de México.

Y la tierra tembló

Su jornada de trabajo comenzaba a las 7.30 de la mañana, pero fiel a su costumbre, le gustaba ser puntual, “yo entraba al banco a las 7.30, pero yo llegaba antes, a las 7, 7.15″, recuerda. Ese día, sin imaginar lo que estaba por ocurrir, se alistó para iniciar sus labores, “me puse mi overol, me estaba limpiando mis zapatos y tenía la puerta abierta del taller, volteé para allá y tronó la puerta y se empezó a cerrar, y digo ‘aguas, que va a temblar’, les dije a los que estaban ahí. No acabé de decirlo cuando empezó todo a moverse y les dije, ‘córranle’ y todos a correr”.

Eran las 7.19, para ser exactos, cuando la tierra comenzó a estremecerse. Inmediatamente salió del taller con quienes estaban a su cargo, ellos se encontraban en el segundo piso del edificio de oficinas; a pesar de que eran solamente dos pisos para bajar, recuerda que se le hizo eterno el tiempo que tardó en salir, pues el edificio en el que él estaba comenzó a pegar con otro que se encontraba al lado debido al movimiento del temblor. “A pesar de que estaba en el segundo piso, me fregué una pata, porque iba yo bajando las escaleras y botaba como pelota, entonces me caí. No supe quién, pero sólo sentí que alguien me levantó y seguí bajando. Sí alcancé a salir y todavía estaba temblando cuando salimos al estacionamiento, nos paramos en la puerta y vimos cómo se empezaron unos edificios a desgajarse, has de cuenta de película y pura polvareda, parecía neblina, no se veía”.

Hasta ese momento nadie sabía la magnitud del desastre que había comenzado. Otro de los edificios de Banamex se cayó, estaba a la vuelta, comenta, ahí murió mucha gente y en particular recuerda mucho a una chica, hija del vigilante de donde él trabajaba y que dos, tres días antes se la había presentado. Ella acababa de entrar al banco y estaba tomando un curso justo en el edificio que sucumbió. Aún rememora que antes de que él llegara a su edificio se la encontró en el camino y lo saludó muy amablemente, ella siguió su camino y mi abuelo el suyo. Después del temblor, supo que la chica había quedado atrapada y pudo ver a su papá, el vigilante, estar al pie del cañón, hasta que encontraron los restos de su hija. Tres días duró su espera. “Al vigilante me lo encontraba cuando acompañaba a su hija a tomar el curso, el edificio de oficinas era de doce pisos, ella estaba en el último piso, en el doceavo, ahí eran los cursos. Ese día que yo iba pasando la vi, me habló y me saludó muy risueña, ‘buenos días, señor’, me dijo, la saludé y le pregunté si ya iba a su curso, me dijo que sí. Ahí se murió la niña, tardaron como tres días en encontrarla y su papá no se despegaba, día y noche, día y noche hasta que la encontraron. Y es que el edificio se vino loza tras loza, quedó como de dos pisos, de doce”, recuerda con sentimiento.

Comienzan labores de rescate

Después de que trataron de asimilar lo que había sucedido, inmediatamente la gente comenzó a buscar la manera de ayudar a quienes habían quedado atrapados. Afortunadamente, quienes laboraban en el taller de mantenimiento con mi abuelo, habían salido ilesos, por lo que se comenzaron a organizar para también tratar de ayudar. En particular recuerda a un grupo de trabajadores de limpieza, que dice, se encontraban en el sótano del edificio que había caído. Debido al movimiento telúrico, una tubería de agua se rompió y al quedar atrapados, no pudieron salir y murieron ahogados. “De los de limpieza se murieron como diez, doce, todos en el sótano, se murieron ahogados porque se reventó la tubería y se empezó a inundar el sótano y no tenían escape. Tenía yo un equipo como de autógena, prendía como una soldadora y comenzaba a derretir el material, cemento, tabique, todo. Que le digo a mi compadre Tamayo, ‘córrele compadre, vete por el equipo’, se fue por el y lo preparamos. él fue el que la manejó, hizo un agujero, de ahí al sótano, pero no, ya no, ya andaban flotando ahí los cuerpos, todos se murieron. Al jefe de ellos también lo saludé cuando llegamos, pero pues no, ya no salió tampoco”.

En casa, aunque era muy raro que se sintieran los temblores, ese se sintió con mucha fuerza, por lo que mi abuela y mis tíos se alarmaron al no tener noticias de él después de varias horas del suceso. En ese entonces la comunicación era solamente vía telefónica, por lo que el tener noticias inmediatas era muy difícil. Fue hasta que un vecino, que también trabajaba en el banco, lo encontró y le dijo que iba a avisar a su casa que estaba bien, que si quería mandar algún mensaje a mi abuela. Hasta ese momento supieron que él se encontraba bien y de paso les avisó que se quedaría a ayudar en lo que se necesitara. Así transcurrieron entre dos y tres días en que no regresó a casa, dice que no lo recuerda con claridad, pues para él, el día se convertía en noche y la noche en día, sin tener noción del tiempo mientras se encontró en la zona cero.

‘Olía a muerto’

Durante el tiempo que estuvo ayudando, principalmente su labor fue la revisión de las instalaciones eléctricas, de gas y de diesel de los edificios del banco. En el que él laboraba, le tocó hacer revisión de la estructura y recuerda que las columnas estaban totalmente cuarteadas, fue un milagro que el edificio no colapsara. Desde el techo de ese edifico, dice que se veía el patio de una delegación y que “se alcanzaba a ver lleno de cadáveres; señoras, señores, niños, de todo había, se me erizaba el pelo nada más de ver a lo lejos”. Durante el tiempo que estuvo en la zona, fue el encargado de la bodega de insumos del banco, con la orden de dar todo lo que se necesitara para poder seguir ayudando. Varias veces tuvo que salir a las calles vueltas un caos a conseguir diesel para las plantas que ocupaban para iluminar de noche, ahí le toco ver cadáveres tapados con sábanas sobre las calles y banquetas, edificios caídos y a civiles, junto con los servicios de emergencia, siguiendo con la ayuda para rescatar gente atrapada. Recuerda que el hedor del lugar, después de varios días, era terrible, “olía a muerto”, dice. Comenta que la zona quedó inhabilitada por mucho tiempo, por lo que se tuvo que cambiar con su equipo de trabajo a un edificio del mismo banco en avenida Isabel la Católica, aproximadamente en 1986.

El número preciso de muertos, heridos y daños materiales no se conoció nunca con precisión. En cuanto a personas fallecidas, se tuvo un estimado de 3 mil 192 como cifra oficial, mientras que 20 mil fue el dato resultante de los cálculos de algunas organizaciones. Actualmente se tiene una cultura cívica en cuanto a simulacros y medidas de prevención ante estos desastres se refiere, la gente ya está más consciente de que los sismos son parte cotidiana de la ciudad y que en cualquier momento pueden ocurrir. Lo que sí, es que la gente y la ciudad entera no volvieron a ser las mismas después de ese 19 de septiembre de 1985. Incluso mi abuelo, que aún, 37 años después, sigue recordando con sentimiento y dolor aquella mañana de septiembre.

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