Por: Mario Székely (@MarioCinema)
El domingo 4 de marzo era un día de promesas. La televisión matutina arrojó el canto al ritmo de la letra y música de Stephen Sondheim: “Hacia el bosque. El sendero está claro. Para obtener la cosa que hará que el viaje tenga sentido. Hacia el bosque y fuera del bosque. Y llegar a casa antes que oscurezca”.
Como los personajes de cuentos de hadas de ‘Into the Woods’ de Sondheim, el mexicano Guillermo del Toro también se colgó al hombro hace más de tres décadas su propia alforja y se internó en el sendero que lo llevaría por más de mil peligros, dejando casa y confort detrás, en pos de hacer cine en tierras internacionales. La canción de Stephen era el inicio de este poema que rimaría al final con el caldero del oro del Oscar, repleto de regalos para el nacido en Guadalajara, Jalisco.
Conocí a Guillermo, como la mayoría, primero por su cine. Como recién egresado de estudiante de comunicación en Monterrey y apenas enterándome del llamado “nuevo cine mexicano”. ‘Cronos’ (1993) significó la buena nueva que por fin había alguien dedicado a mis géneros favoritos: fantasía y horror. Alguien que no solamente hablaba español, sino que compartía al mismo presidente, padecía la misma crisis económica y sabía lo que los provincianos sentíamos cada vez que la capital del país nos relegaba. Entre otras cosas.
Cuando en 1997, ‘Mimic’ con Mira Sorvino —sí, la misma que Harvey Weinstein obstaculizó su carrera— se estrenó, fue esa cinta de insectos gigantes sobrevolando los túneles del subway, que me dio la oportunidad de platicar con su director Del Toro. Eso fue por teléfono y con motivo de organizar una entrevista con él para un periódico. Fueron 30 minutos, mínimo, que cotorreamos y todo fue sobre cine, cómics y novelas gráficas.
“Un geek de lo fantástico”, así describe Székely a Guillermo del Toro. (Foto: Reuters)
Me quedaba algo muy claro: Guillermo era antes, que nada un fan, un nerd y ahora diríamos, un geek de lo fantástico. Lo resumiría como un total apasionado a la narrativa que sabe configurar metáforas y evoca parábolas y cuentos.
Aquí es cuando este texto se torna serio. En mi opinión Del Toro es un patriota. Artista ingenioso, lleno de ilusión por el futuro, quien llegó a ser “chamaqueado” por el poderoso (cuando un estudio como el que le produjo ‘Mimic’ lo traicionó al quitarle poder como realizador) y quien siempre regresaba al concepto de familia y comunidad, como todo nacido bajo la bandera tricolor es inculcado.
Guillermo representa lo mejor de nosotros mismos, al esgrimir, con el mejor humor, la tempestad y ser solidario con su equipo de trabajo y luego con sus personajes, hasta la muerte. ¿Quieres ver los ojos de ira de Del Toro? Sólo basta meterse con la gente que él quiere.
Se trata de un hombre que habla con la jerga mexicana y que “A huevo se pueden las cosas” y que el socio de Steven Spielberg, Jeffrey Katzenberg dice que conoce palabras en inglés que él jamás ha oído, dado el acervo de lectura inglesa que Del Toro carga en su cabeza, producto de lecturas desde niño y reflejado en su colección de libros de primeras ediciones con autores que dominan el lenguaje de Mary Shelley.
Meterse con la gente que él quiere es suficiente para ver los ojos de ira de Del Toro, de acuerdo al crítico. (Foto: El País)
Cuando la noche del domingo 4 de marzo cayó sobre el Dolby Theatre, Guillermo, no sólo tuvo a Gael a unos metros para ser abrazado cada vez que ganaba a un premio, sino a todos nosotros como compatriotas y más aún… a todos aquellos que habitan un mundo donde, como él dijo, “las fronteras se puedan borrar como líneas de arena” gracias al cine.
Y es que lo mismo, al igual que Guadalajara, Los Ángeles lo reclama como su hijo, donde edificó su santuario Bleak House, que Toronto, Canadá, lo recibirá con fanfarrias, donde radican sus hijas y los foros donde ha hecho magia como ‘Pacific Rim’, ‘La cumbre escarlata’ y ‘La forma del agua’. Qué decir de España, a la que le dedicó su obra maestra ‘El laberinto del fauno’ y ‘El espinazo del diablo’, conmovido por su guerra civil y repudiando el autoritarismo de Franco.
Pregúntale a un niño en Japón si Del Toro es un realizador foráneo y le costará definirlo cuando en su cine Kaiju demuelen ciudades y los soldados pilotean Jaegers. Si los monstruos son aliados de este cineasta, cuentistas como Andersen, Poe y los hermanos Grimm aprobarían cómo él carga con su diario a todas partes, tomando datos del folklore de cada nación, región. Analizando al comportamiento humano a través del carbón de sus trazos de criaturas pintadas por sus manos, para luego volverse personajes andantes en la pantalla.
En su audiencia y su patria, radica la importancia del Oscar de Guillermo del Toro. (Foto: The Post Washington)
Porque nosotros mismos somos la materia prima de las historias de Del Toro, somos ese barro imperfecto llamado a ser obra maestra. Buscando amar y descubriendo que el rechazo se cuela frío hasta los pies; pero que siempre puede haber alguien listo a alimentarnos, reconocernos y llevarnos a casa, como la heroína de ‘La forma del agua’.
Sí, Guillermo del Toro es un patriota y por eso vale la celebración. No sólo por ser mexicano y un buen tipo, sino porque ha hecho del mundo, una mitología propia y de nosotros, sus habitantes, sus cómplices y hermanos, jamás distanciados.
Desde hoy, hay dos Oscar que brillan en la repisa de Del Toro, a manera de tesoro acumulado sin buscarlo, que brilla con fulgor propio y en el que todos somos su hogar, su audiencia, su patria.
MARIO P. SZÉKELY, es crítico de cine y periodista con 25 años de experiencia, en distintas publicaciones del país como Reforma, Excélsior, El Universal, Esquire LATAM, Empire LATAM y Televisa Radio.
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