El hermano de Mariana, Jorge Esteban entró a patología y reconoció el cuerpo sin vida de su madre Socorro Torres Rodríguez, en el Instituto Nacional de Enfermedades Respiratorias (INER), donde falleció el 15 de febrero a causa de covid-19.
“Tenía culpa porque cuando la interné no dejé que él se despidiera de ella. Sé que el lugar resultaba inapropiado, pero era su última oportunidad de poder despedirse de nuestra mamá”, explicó Mariana, de 19 años, quien sabía que el siguiente paso era la incineración .
El joven de 21 años se colocó el Equipo de Protección Personal y le tocó la difícil misión de reconocer a su propia madre, de decirle adiós en medio de otros cadáveres en bolsas oscuras.
Sus abuelos don José y doña Ramona fallecieron en casa también por covid-19.
En 19 días, Mariana y Jorge Esteban Mondragón perdieron a sus abuelos y a su madre debido al nuevo coronavirus.
Ambulancia cobró más de 8 mil pesos
De acuerdo con lo relatado a Milenio, los jóvenes estuvieron marcando al 911 y a Locatel por ayuda, pero nunca recibieron una respuesta adecuada de auxilio ni orientados. Llegaron al INER por desesperación: la ambulancia contratada les cobró 8 mil 500 pesos en esa parada y la cuenta estaba a nada de elevarse cada media hora.
Aunque por ley son mayores de edad, Mariana y Jorge Esteban se enfrentaron a situaciones muy difíciles como haberse todos contagiados de covid-19, con la diferencia de que ellos vieron fallecer a sus abuelos, Ramona Rodríguez, de 92 años, y José Torres, de 91 años.
“Mi abuelito comenzó con síntomas el 13 de enero: fiebre alta, dolor de garganta y tos. Sabíamos que no había lugar en ningún hospital”, comentó y agregó que por eso compraron un concentrador de oxígeno medicinal que les costó 30 mil pesos, casi tres veces su precio regular.
Don José Torres elevó a 92 sus niveles de oxigenación, sin embargo el 18 de enero presentó severas dificultades para respirar, “se quitaba las puntas porque le molestaban”. Su saturación comenzó a decaer al grado de ser indetectable para el oxímetro, además ya no quería comer.
El 17 de enero, Socorro Torres Rodríguez comenzó a presentar síntomas de covid-19: dolor de pecho, tos, temperatura, malestar en el cuerpo, pero decidió concentrar su poca energía en sus padres.
Los decesos de los abuelos
Su fortaleza se vio quebrantada el 24 de enero en la que ya estaba conectada a dos tanques, cada uno por un sobreprecio de 37 mil pesos, porque la enfermedad avanzó.
Dos días después, la familia logró que acudieran paramédicos, cuyos servicios cobraron en 5 mil pesos, y lo único que les recomendaron fue esperar con el abuelo porque “una intubación no la iban a aguantar”. Para entonces, saturaba 64 por ciento de oxígeno en sangre y “era cuestión de horas”, les dijeron.
“Mi abuelito falleció el 27 de enero. Fue muy fuerte verlo morir, despedirnos de él”, recordó Mariana. Su abuelo se encargó de cuidarla y educarla desde que nació. Su padre se fue y no lo conoce hasta la fecha, jamás se interesó.
La funeraria, por cuestiones de espacio, llegó al grado de sugerir pasar por el cuerpo hasta cinco días después, lo que la familia no permitió.
Para entonces, doña Ramona Rodríguez, de 92 años, de acuerdo con los paramédicos, estaba más estable, pero igual requirió de su propio concentrador, otro gasto de 30 mil pesos.
Su deceso se registró cuatro días después, el 31 de enero: “Yo estaba lavando los trastes y la dejé porque le acababan de hacer sus nebulizaciones. Pensé que iba a estar más tranquila, cuando la fui a revisar estaba acostada en su cama, pero ya no reaccionó. Sentí mucha culpa, sentí que la abandoné, que no la tenía que haber dejado. Luego comprendí que estaba enferma y que de todos modos iba a pasar”, mencionó.
Mariana también se indignó con los servicios funerarios. Su abuela falleció a las 23:10 horas del 31 de enero y la funeraria llegó por ella a las 21:00 horas del 1 de febrero. Ver cómo la sacaban de su hogar, resultó muy doloroso. Y más aún porque la salud de Socorro, su madre, cada vez empeoraba más.
Su mamá empeoraba
“Mi madre se enteró de la muerte de mi abuelito, pero no de la muerte de mi abuelita. Se puso muy mal con la primera pérdida y durante la segunda ella ya estaba grave. Cerramos la puerta de su cuarto para que no se diera cuenta, claro, nos preguntaba por ella y tal vez lo intuía”, indicó.
En ese tiempo, Mariana estableció una profunda comunicación con su madre, “me la pasaba con ella, acostada a su lado, haciéndole masajes, a veces platicando”.
“Ella me decía: Mariana tienes que ser fuerte. Te prometo que voy a regresar, pero si no regreso tienes que seguir adelante. No quiero que sufran. Todo lo que les pude enseñar, ya se los di. Ya los formé. Sé que están aún chicos, pero la educación y valores que pude inculcarles ya los tienen. Es necesario que sigan su camino”, expresó.
“Empezó a darme órdenes de dónde encontrar las facturas y demás documentos. Yo le decía: no me digas eso, pero ella me contestaba que ya no podía más. Sé que quería hacerse la fuerte pero realmente ya no podía”, explicó.
Socorro encontró lugar en el INER donde hicieron todo lo posible para salvar su vida, la intubaron y parecía que respondía. Todo indicaba que estaba bien y que no había daño en el resto de órganos vitales, pero un día ya no respondió al tratamiento.
La madrugada del 14 de febrero amaneció grave, sus pulmones colapsaron y falleció finalmente el 15 de febrero a las 11:12 horas, fue cremada un día después.
Ahora los tres se encuentran en casa, cada uno en su propia urna. Los dos jóvenes estudiantes se encuentran a la espera de saber qué va a suceder con los recursos ahorrados por su madre como burócrata del ISSSTE; ella estaba por jubilarse.
Ambos saben que se tiene uno al otro, y desde entonces procuran hacer, por lo menos, una comida a la semana juntos. Seguir los consejos de las tres personas con las que compartieron libros, vieron telenovelas, intercambiaron regalos, jugaron y recibieron mucho amor. Lamentablemente, también adquirieron una deuda superior a los 400 mil pesos que gracias a familiares han podido enfrentar.
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Imágenes: Milenio.