Su nombre científico es Socratea exorrhiza y habita en la Reserva de la Biósfera de la Unesco, aunque muchos la conocen como “la palmera que camina”. Durante muchas décadas, las especulaciones sobre estos árboles estuvieron a tope, incluso en 2005 un biólogo llamado Gerardo ávalos dijo que las raíces que brotaban de estos no les ayudaban a moverse, por lo que las caminatas verdes eran un mito.
Pero aquello que pareció antes una desilusión atrapaturistas, resultó verdad y el paleobiólogo del Instituto de Ciencia de la Tierra de la Academia eslovaca de Ciencias Bratisla, Peter Vrsansky, afirmó haber visto de cerca el fenómeno.
Aunque el movimiento no es mágico, el proceso es sorprendente y se debe a la erosión de la tierra, que favorece el crecimiento de raíces nuevas en suelos más sólidos. Así, cuando el árbol encuentra un suelo más propicio, el árbol se inclina con paciencia hasta que las nuevas raíces lo vuelven a levantar. Todo para que el árbol tenga un mejor contacto con la luz solar.
Junto a las orquídeas y otras hierbas, estas palmeras son abundantes en las selvas tropicales, por lo que la competencia por los rayos del sol es una carrera descarnada que nadie se puede perder.
Vrsansky ha vivido en el bosque mientras que documenta las amenazas que lo ponen en peligro. (Foto: Peter Vrsansky)
Las propiedades de las raíces que permiten estos movimientos siguen siendo motivos de debates entre biólogos, pero en lo que sí concuerdan es que estas les permiten mejor soporte y estabilidad al tallo, por lo que puede alcanzar mejores alturas y con eso, más sol.
Respecto al bosque ecuatoriano en el que se puede apreciar a estas bellezas, actualmente se encuentra a la venta por la reforma agrícola del país, que permite talar para obtener derechos de piso sobre la tierra.
Desde 2010, unas 200 hectáreas de la Reserva Bigal River se han despejado gracias a una estación financiada por Francia. Sin contar la construcción de un camino de acceso que está desde 1986.
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